Cuando escribo poesía, el
aura se me vuelve de color azul eléctrico. Bajo la espesura del hartazgo en la
ciudad, si uno sabe huir por la brecha de la puerta, puede encontrarse con un
paraje impensable: la dicha.
O, como decía V. Woolf
“Para la mujer, la novela
dejará de ser el vertedero de las emociones personales”
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