El
escritor lee, contempla, relaciona lo leído y lo contemplado con vínculos
insospechados y lo formula después de alquimizarlo en su athanor sináptico, de
una forma original. El poeta, como el mago, suele beneficiarse del
procedimiento analógico, la asociación libre, la lluvia de ideas, etc. Después
del chispazo, todo dependerá de su habilidad
de orfebre para construir la escalera de Jacob, todo dependerá de su
habilidad técnica con el lenguaje, pero esa maestría sería hueca, datofágica o
pedante si no hubiera algo más: un mensaje, un mensaje invariablemente
relacionado con la emotividad humana.
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